Manuel Badás toma como referencia al mártir San Sebastián para realizar un viaje ritual desde el clasicismo de la figura religiosa hacia su equivalente hoy en día. Las primeras imágenes, claramente performáticas, son estampas clásicas con perfume contemporáneo, poco a poco, la música y la atmósfera, como el cuerpo del intérprete, transitan hacia lenguajes contemporáneos… Ya no es la figura que adopta posturas en las que se dan la mano el placer y el dolor…Ahora podemos reconocer a cualquier muchacho de hoy en día que trata de gustar y gustarse…Para terminar convirtiéndose en una víctima de la mirada del otro. Ahí aparece la espiral en la que el sudor del esfuerzo y la excitación se mezclan en su piel. Hay comentarios grabados o dichos frente al público que desvelan la prisión del cuerpo en la que se puede sucumbir hoy en día, para que, finalmente, nada tenga el valor que se merece, para que pelear por la dignidad sea una quimera. Manuel Badás juega con su cuerpo en todas las perspectivas y ángulos que el personaje le propone, al final, el éxtasis no está en la mirada del santo si no en los ojos de satisfacción del intérprete.
Adolfo Simón
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